El día de su graduación de secundaria, Jason Rubén Adair Sandigo de 19 años, no dejaba de repetir a su familia lo feliz que se sentía. Como a todo joven le emocionaba subir al escenario a recibir su diploma junto con sus amigos y amigas. Pero Jason se tuvo que esforzar más, con mucho apoyo de su familia y un entorno inclusivo se convirtió en bachiller.
Adair fue diagnosticado con microcefalia parcial a los 8 meses de nacido. La mamá de Jason, Fátima Sandigo Martínez, cuenta que debido a complicaciones durante el parto, Jason tuvo una asfixia, dejándole una lesión en el cerebro.
Según la OMS la microcefalia “no se trata de una enfermedad, sino de un signo clínico. Los bebés que nacen con microcefalia pueden presentar retraso del desarrollo neurológico y discapacidad intelectual, así como convulsiones y discapacidades físicas, como deficiencias auditivas y visuales. No obstante, el desarrollo neurológico de algunos niños y niñas no se ve afectado.”
Para Fatima es “una condición de vida”. Aunque la noticia de tener a un niño con discapacidad le impactó e inclusive buscó diferentes diagnósticos, al conocer y asistir a Los Pipitos comprendió lo que le pasaba.
“Fue una etapa para nosotros de bastante aprendizaje, porque en esta vida de la discapacidad, – aunque existen leyes, normas y convenciones – falta la práctica. Como familia de Los Pipitos nos hemos comprometido a abrir estos caminos, estos espacios, para que nuestros chavalos y chavalas puedan estar dentro de una sociedad que sea cada día más inclusiva, donde esas barreras desaparezcan y sean oportunidades para ese cambio.” relata Fátima.
Joven emprendedor y amigable
Jason es el menor de dos hermanos, vive en Ciudad Sandino junto con familia. En diciembre de 2018 se graduó en el Colegio Roberto Clemente de Fe y Alegría, aunque es un joven que gesticula pocas palabras, su gran sonrisa y ojos color miel demuestran su carácter risueño y amigable.
Fátima explica que su hijo ha crecido en un entorno inclusivo, aunque sus primeros pasos en la inclusión escolar fueron de muchas luchas, fue superando cada obstáculo en una sociedad que en esa época catalogaba la discapacidad como “una enfermedad” que se “podía pasar” a los niños sin discapacidad.
En los colegios donde estudió Jason, se adaptó la curricula para que él aprendiera según sus capacidades, pero lo mejor es que cultivó amigos. Cuando era niño salía a jugar futbol con sus amigos y amigas del barrio y también creó lazos de amistad con sus compañeros/as y maestros/as del colegio.
Su madre lo describe como un joven perseverante. Adair se bachilleró además con un técnico en “operador de microcomputadoras” y también emprende. En ocasiones vende en el mercado bisuterías elaboradas por él mismo, que aprendió a fabricar mediante sus sesiones de terapia en Los Pipitos para fortalecer sus habilidades en motora fina y gruesa.
Nuevas metas
El próximo paso de Jason es la universidad, como familia lo discuten dada las pocas universidades que ofrecen matriculas a jóvenes con discapacidad.
“Como todo joven aspira a superarse, a tener un trabajo, tener una entrada económica y a tener una pareja”, dice Fatima entre sonrisas.
Aunque el primer diagnóstico que recibió Fátima fue que su hijo no se movería que “era un vegetalito”, Jason demostró contra todo pronóstico que con la estimulación correcta, atención adecuada y un entorno inclusivo puede lograr lo que se proponga.